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En los albores de la cuarta era, cuando los hilos del mundo aún eran tejidos por manos divinas, surgió una raza de singular hermosura, esculpida con la gracia de la luz y el susurro del bosque. Fueron creados no como conquistadores, sino como guardianes; destinados desde su primer aliento a velar por los santuarios verdes del mundo. Su alma resplandece con la esencia de la naturaleza, y su corazón late al compás de las hojas, del viento y de los ríos que murmuran secretos antiguos. Junto a ellos, otras criaturas etéreas comparten su causa, y se dice que donde hay uno de estos guardianes, no muy lejos danza una aliada alada entre los pétalos y las ramas.

Estas gentes de figura esbelta y ojos profundos encontraron su morada en un reino oculto entre los árboles inmortales. Allí, entre colinas musgosas y raíces que se entrelazan como las venas del mundo, se alza una ciudad de belleza indescriptible, elevada en troncos que rozan los cielos y tejida con la sabiduría de mil generaciones. Aunque su esplendor es legendario, pocos forasteros han tenido el privilegio de contemplarla, pues sus habitantes valoran la soledad y la pureza de su entorno por sobre toda otra cosa. El bullicio ajeno les resulta ajeno y, a menudo, indeseado, pues no desean que el eco de otros mundos perturbe la armonía que ellos protegen con tanto fervor.

Son celosos de su cultura, su tierra y su legado. Su amor por los bosques no es mero afecto, sino una devoción sagrada, y cuando la oscuridad se cernió sobre ellos en los días de la gran guerra, no dudaron en alzarse, ofreciendo sus vidas con el valor silencioso de las raíces profundas. Aquel conflicto dejó cicatrices en su historia, pero no en su dignidad, y aunque muchos cayeron, el bosque no fue tomado, pues su voluntad es tan firme como la de los árboles centenarios que los cobijan.

Tras la tormenta, regresaron a sus tierras rotas y, con manos delicadas pero firmes, reconstruyeron su ciudad entre las ramas de un bosque antiguo que aún murmura viejas canciones. Allí viven ahora, en comunión con la magia que fluye por las venas del mundo, manteniendo viva la llama de lo que fueron y de lo que aún son: centinelas de la vida, guardianes de la belleza, y herederos de una era que jamás dejarán morir.