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Una raza sin dones mágicos, sin cuerpos esculpidos por los dioses, ni la gracia de la inmortalidad ni la sabiduría ancestral. No poseen fuerza descomunal ni hermosura legendaria, y su vínculo con las energías místicas del mundo es tenue, casi inexistente. Y sin embargo, entre todas las razas del mundo, ninguna es tan desconcertante como ellos. Pueden ser los más nobles o los más viles, los más sabios o los más necios, los más generosos o los más crueles. En su interior conviven el alba y la penumbra, la semilla del héroe y la raíz del tirano. Son, en verdad, los más diversos en espíritu y en forma.

Se cuenta que fueron moldeados en los albores de los tiempos, quizás incluso a imagen de una voluntad primordial que deseaba ver reflejado en ellos tanto la luz como la sombra. A diferencia de otras razas, cuya existencia parece guiada por un propósito fijo, estos seres caminaron libres desde su nacimiento, sin un destino claro, pero con una capacidad inusual para adaptarse, multiplicarse y ocupar cada rincón del mundo. Han alzado ciudades en desiertos, cruzado océanos, conquistado cumbres nevadas y habitado llanuras interminables. Allí donde el mundo extiende sus brazos, ellos han encontrado un lugar donde echar raíces.

Durante los tiempos oscuros, cuando las llamas de la guerra devoraban los horizontes y el cielo se vestía de ceniza, esta raza fue la columna vertebral de la resistencia. Sus ejércitos, aunque desiguales en fuerza, mostraron un temple difícil de quebrantar. Lo que les faltaba en dones naturales lo compensaban con voluntad ardiente, ingenio práctico y una obstinación casi mística. No brillaban con la luz de lo divino, pero sí con la determinación del que no tiene más arma que su propio espíritu. En el fragor del combate, su coraje se convirtió en leyenda.

Y aunque jamás alcanzarán la perfección de los más elevados, ni la sabiduría de los más antiguos, su mayor virtud reside en su misma imperfección. Pues de la duda nace la búsqueda, y del fracaso, la superación. Se dice que pueden intentarlo todo, aunque no dominen nada por completo. Quizá por ello su historia esté tejida con más errores que triunfos, pero también con más sueños que ninguna otra. Son, en última instancia, los hijos del cambio, los errantes que forjan el destino a cada paso, aun sin saber si algún día alcanzarán la cima que tanto anhelan.