‹‹⿻Semi-humanos / Historia ››

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En los días antiguos, cuando el equilibrio del mundo pendía de un hilo y la guerra se cernía como un velo oscuro sobre los pueblos libres, surgió una raza forjada por la voluntad de los poderosos. Fueron moldeados como puente entre la carne del hombre y el espíritu de la bestia, dotados de sentidos agudos, cuerpos firmes y un temple nacido de la tierra misma. Ni enteramente humanos ni enteramente criaturas del bosque, su existencia era un canto de fuerza, velocidad y armonía. Pero aquello que los hizo singulares, también los marcó como presa. Durante los días de la gran guerra, se convirtieron en blancos de cacería, perseguidos por su pureza salvaje y su vínculo con la vida silvestre.

Las legiones de la sombra no mostraron piedad. Muchos de estos seres fueron capturados y convertidos en instrumentos de guerra mediante rituales prohibidos, perdiendo su voluntad en el proceso. Sin embargo, aquellos que resistieron no lo hicieron en vano. Se alzaron en la espesura de los bosques, en las quebradas ocultas y las rutas secretas, guiando a los pueblos libres con una astucia heredada del lobo y una valentía nacida del corazón del ciervo. Fueron temidos por sus enemigos, llamados salvajes por quienes no entendían su forma de vida, pero en verdad eran nobles, leales y feroces defensores de aquello que amaban.

Al caer la tormenta y ceder el estruendo de los tambores de guerra, estos seres retornaron a las tierras que una vez llamaron hogar. No todos sobrevivieron, y los que lo hicieron arrastraban heridas profundas, visibles e invisibles. Reacios a mezclarse con los pueblos que alguna vez los ignoraron o despreciaron, prefirieron retirarse a los márgenes del mundo, donde los árboles aún susurraban su nombre. Se convirtieron en guardianes silenciosos, protectores de las últimas raíces vivas del mundo natural, manteniendo viva la esencia de aquello que lucharon por preservar.

Pocos los ven hoy en día, y quienes lo hacen, los describen como sombras en la maleza o siluetas sobre las copas de los árboles al anochecer. Pero sus gestas aún son cantadas en ciertas tierras, en fuegos encendidos por viajeros agradecidos o por sabios que recuerdan. Pues si no hubiera sido por su guía en los tiempos de tinieblas, por su resistencia tenaz y su sacrificio silencioso, quizás el mundo no habría resistido. Así perduran, como un eco entre las montañas y los valles, fieles a su naturaleza y a la memoria de aquello por lo que lucharon.